Mención Honorífica del Premio “Teresa Oñate: Un Tiempo Estético. Ontología y Hermenéutica” a la mejor Tesis Doctoral
Por Begoña Fleitas
Ana Meléndez Vivó es Doctora internacional en Pensamiento Filosófico Contemporáneo por la Universidad de Valencia. Entre 2016 y 2019 desempeñó tareas como Personal Investigador en el Departamento de Filosofía de la propia Universidad de Valencia, formando parte del grupo de investigación «Historia conceptual y crítica de la modernidad». En esa misma universidad se licenció en Filosofía y cursó el Máster en Pensamiento Filosófico Contemporáneo. También posee un Máster en Salud Mental: Clínica Psicoanalítica, por la Universidad de León. Ha realizado estancias en centros internacionales, como el Centro de Investigaciones en Historia Conceptual, de la UNSAM (Buenos Aires) y el Romance Studies Department en la Universidad de Cornell (Nueva York). Asimismo, ha presentado los resultados de su investigación en diversos congresos y ha publicado en revistas nacionales e internacionales.
Su Tesis Doctoral, que lleva por título “El concepto de trauma. Del campo psicoanalítico a la semántica histórica”, estudia el desplazamiento de dicho concepto del campo psicoanalítico a la semántica histórica, especialmente desde una perspectiva histórico-conceptual. La experiencia de un tiempo histórico que dilata el presente a causa, tanto del retorno insistente de los trágicos acontecimientos del pasado siglo (la obsesión memorialista), como de su revocada capacidad de proyectar promesas futuras de emancipación colectiva (el fin de las utopías), obliga a conformar una nueva epistemología para comprender las dinámicas de construcción y transmisión del pasado.
¿Qué opinión te merece la labor que realiza la Cátedra Internacional de Investigación HERCRITIA y a tu juicio cómo transforma la Hermenéutica Crítica el modo de entender y estar en la filosofía y en el mundo?
Aunque los resultados de las investigaciones filosóficas se presenten generalmente en forma de discurso, considero que el diálogo continúa siendo la estructura originaria del pensar. Sin embargo, en estos tiempos tan apresurados, en los que a menudo la filosofía se deja regir por las exigencias academicistas de especialización y productividad, puede resultar complicado detenerse a reflexionar conjuntamente sobre las cuestiones filosóficas que afectan a nuestra contemporaneidad. En ese sentido, creo que la labor que realiza la cátedra HERCRITIA, en tanto que punto de encuentro para el diálogo internacional, contribuye al progreso en el conocimiento filosófico a través de seminarios y congresos.
Si bien quisiera aclarar que no soy una experta en hermenéutica, sí me atrevería a decir que una de sus aportaciones más relevantes a la hora de entender la historia de la filosofía es la tesis de que ésta no puede entenderse como una yuxtaposición de reflexiones abstractas adscritas a distintas épocas, sino, más bien, como una apropiación comprensiva de los principales conceptos del pasado que, a su vez, posibilita la autocomprensión del presente. Es decir, comprender el pasado a través de sus textos no consiste, tal y como mostró Gadamer, en revocar nuestro horizonte hermenéutico, sino en atender a la transformación histórica que experimentan los conceptos del pasado cuando tratamos de pensar en ellos. Este escrutinio conceptual es relevante para reivindicar la importancia de la filosofía en todo presente, y es también un buen antídoto ante la demagogia y el populismo que amenaza actualmente la permanencia de nuestra democracia.
Tu tesis lleva por título “El concepto de trauma. Del campo psicoanalítico a la semántica histórica”. ¿Cuál es el hilo conductor de tu trabajo y cuáles son las principales conclusiones derivadas de tu investigación?
El propósito del trabajo fue constatar, a partir del análisis histórico-conceptual de «trauma», que el cambio sustancial y gradual en la estructura semántica del concepto, desde finales del siglo xix hasta la última mitad del siglo xx, permite vislumbrar el proceso histórico en el que se ha conformado la experiencia social de la temporalidad contemporánea.
Para ello, la primera parte de la investigación la dedico al análisis de la cuestión del trauma en Sigmund Freud, con la intención no solo de constatar que las contribuciones del padre del psicoanálisis fueron más que decisivas para culminar el proceso de psicologización del concepto y establecer con ello un modelo sobre el trauma cuyos parámetros temporales constituyen la base teórica de los estudios actuales sobre el trauma, sino sobre todo de mostrar que, en su obra más madura, Freud aplicó a la vida social el modelo epistemológico de temporalidad fragmentada que encarna el trauma psíquico, convirtiendo así al psicoanálisis en un modelo histórico-temporal del que se nutren gran parte de los análisis históricos y memorísticos contemporáneos sobre los usos del pasado.
Partiendo de la historia conceptual entendida como diagnóstico del teleologismo progresista moderno, en la segunda parte traté de mostrar que la fractura del universo social moderno, cuyo advenimiento aparece simbólicamente durante la Primera Guerra Mundial, pero cuya culminación se debe a otras tragedias que han marcado el corto siglo xx (guerras totales, totalitarismos, genocidios), ha imposibilitado que el espacio de experiencia de la pasada centuria pueda constituirse como algo asimilable y transmisible. Al igual que en el modelo del trauma, si el pasado no logra pasar y el porvenir aparece como algo clausurado, lo que tenemos es una nueva experiencia de la temporalidad que dilata el presente a causa tanto del retorno insistente de los trágicos acontecimientos del pasado siglo (la obsesión memorialista), como de su revocada capacidad de proyectar promesas futuras de emancipación colectiva (el fin de las utopías). Esto me llevó a constatar que la expectativa social de perfeccionamiento y emancipación colectiva propia de la aprehensión conceptual de la modernidad parece haber sido sustituida por la omnipresencia de un presente masivo y asfixiante que ha propiciado la aparición de nuevos conceptos históricos (duelo, culpa) y la resemantización de otros tantos, entre ellos el de historia.
Parece claro que la historiografía ya no puede concebirse a sí misma como singular colectivo y todo ello se plasma en la alteración fundamental que se ha producido entre los vínculos conceptuales y semánticos que en la Modernidad mantenían «historia» y «memoria». En la medida en que aquello que obliga a reformular las relaciones entre ambos conceptos son, principalmente, las experiencias traumáticas, cuyos efectos retardados en los contextos de recepción colectiva alteran las premisas metodológicas y epistemológicas de la investigación sobre el pasado, el concepto de trauma también sufre desplazamientos. Su traslación a la semántica histórica dictaminaría, siguiendo la Historik koselleckiana, la muerte de un tiempo histórico que no hace mucho fue pensado como metahistórico. Ahora bien, ¿es trauma un concepto histórico fundamental?
Probablemente la vulnerabilidad más prominente del trabajo es que esta pregunta queda sin una respuesta contundente o satisfactoria. Para poder contestar a esta cuestión con una mayor vigorosidad teórica, tendría que haber un consenso en relación a la cuestión de los criterios de identificación y las características de los conceptos fundamentales de nuestra contemporaneidad. Sin embargo, esta es una polémica incipiente que no hemos podido más que bosquejar. Me gustaría resaltar que en ningún momento el objetivo ha sido promover el trauma histórico como una categoría de análisis, sino tan sólo estudiar, desde las herramientas metodológicas que ofrece la historia conceptual en su versión koselleckiana, su potencialidad para establecerse en una categoría de época. Parte de esta estrategia es producto de una pulsión de autoconservación, pues los estudios sobre al trauma son inabarcables y la tesis es el resultado de un trabajo de investigación de algo más de cuatro años, por lo que, como cabe esperar, tiene muchas limitaciones.
Afirmas que la popularización y “volatilización” del concepto trauma empleado en el análisis histórico “puede también entenderse como reflejo de la disolución de las luchas políticas e ideológicas del siglo XX”. ¿Podrías explicarnos esa idea de “volatilización” de los conceptos fundamentales y las implicaciones que ha tenido o crees que puede llegar a tener en la lucha política?
Esto lo escribo pensando en la polémica iniciada por Christian Geulen, quien ha señalado la necesidad de efectuar o actualizar una historia conceptual del siglo xx. Este historiador alemán ha señalado que los conceptos históricos y políticos fundamentales del siglo xx no pueden ya reconocerse aplicando los criterios teorizados por Koselleck para identificar los procesos que estructuraron el espacio incipiente de la modernidad en su aspecto conceptual ─democratización, ideologización, politización y temporalización─. Por ello propone cuatro nuevas hipótesis para guiar la investigación de una nueva gramática temporal característica del siglo XX: la cientifización [Verwissenschaftlichtung], la popularización [Popularisierung], la espacialización [Verräumlichung] y la volatilización o desintegración [Verflüssigung]. Este último lo emplea para describir el proceso por el que muchos conceptos empleados en el lenguaje sociopolítico, sobre todo desde mediados del siglo xx, se han vuelto tan generales que se disocian de su génesis concreta o de su contexto referencial para penetrar gran parte de las esferas sociales. A través de transferencias frecuentes entre distintos dominios, el significado de los conceptos se vuelve más inestable y discutible. La pérdida de su sentido semántico específico, sin embargo, no ha de entenderse en los mismos términos en los que Koselleck explicaba la formación de los singulares colectivos de la modernidad, cuyo mayor grado de abstracción les permitía ideologizarse y ser empleados en la lucha política, esto es, politizarse. Más bien al contrario. Esta volatilización de los Grundbegriffe aparecidos en el transcurso del siglo xx, según Geulen, implica la pérdida de su carácter controvertido y es, en realidad, reflejo de la disolución de las luchas políticas e ideológicas del siglo xx.
En la tesis no he tenido tiempo de profundizar en esta cuestión, que no es otra que las implicaciones políticas de la experiencia temporal recogida en la articulación semántica de los conceptos vigentes (¿cómo hacer política, en sentido moderno, bajo el dominio de una temporalidad limitada hacia el presente cuyos conceptos excluyen las pretensiones mesiánicas y ya no son capaces de imaginar un futuro alternativo no catastrófico?). Pero creo que el uso historiográfico de trauma podría ser un ejemplo de tal volatilización: por un lado, es un concepto absolutamente inestable y ambivalente en torno al cual se ha generado un intenso debate en el que convergen especialistas de disciplinas tan distintas como son la literatura, la psiquiatría, la neurobiología, la sociología, la antropología, el cine, la filosofía o la historiografía. Por otro, su empleo como categoría de análisis histórico puede ensombrecer el contexto social en el que se genera la violencia y, por lo tanto, puede difuminar las implicaciones ético-políticas de dicho análisis. Un ejemplo clave de esta disolución, como ha señalado Geulen, sería la aparición de los derechos humanos como quizás una última utopía que no promete un cambio revolucionario, sino la expansión de las preocupaciones actuales a escala global.
¿Cuál es la puerta que deja abierta tu tesis a futuras investigaciones?
Entre todas las puertas que quedan abiertas, yo destacaría la tarea de profundizar, a través del concepto de memoria, en la gramática temporal del lenguaje conceptual del siglo xx, así como la de fundamentar filosóficamente un modo de relación con el pasado colectivo que escape tanto a la sacralización como a la banalización propia de la obsesión memorialista. Pues, tal y como apunta François Hartog, dicha obsesión, efecto de la hegemonía presentista, respondería no ya a un intento de restauración de la dignidad de las víctimas, sino más bien a una búsqueda identitaria capaz de afianzar el sentido de pertenencia a algún grupo o comunidad en unos tiempos de gran desconcierto.