He
de reconocer, quizá para mi vergüenza, que mi primer contacto con HERCRITIA fue
relativamente tardío. Tuvo lugar entre 2013 y 2014, cuando cursaba el “Máster
en Filosofía de la historia” en la Universidad Autónoma de Madrid, fundado por
Félix Duque y coordinado por Valerio Rocco y José María Zamora. Además, el
máster contaba con la colaboración de otras grandes figuras como Ángel
Gabilondo y Teresa Oñate, todas ellas pertenecientes a HERCRITIA. Igualmente, a
lo largo de mi recorrido, ya sea en un trato personal o en congresos, fui
conociendo a otros integrantes como Alba Jiménez o Jacinto Rivera de Rosales,
entre otros. Sin embargo, un estudiante todavía tan ignorante como yo necesitó
tiempo para comprender verdaderamente la envergadura, relevancia y talento de
esta cátedra.
En
un principio, debido a mi investigación y a las personas que conocía, me
atraían más las líneas de filosofía política y filosofía de la historia, pero
con el tiempo he prestado más atención a otras áreas como la ontología y la
hermenéutica; campos que antes me parecían más inaccesibles pero que he podido
empezar a abordar (aunque sea a modo de tentativa o de forma preliminar)
gracias a otros profesores y personas que me han ilustrado en el terreno, al
mismo tiempo que me mostraban su pertinencia.
Todo
ello ha confluido en cambiar esa errada o insuficiente visión que antes
comentaba. Ahora que tengo quizá algo más de madurez y menos ingenuidad aprecio
infinitamente más la labor de investigación y de difusión del pensamiento de
una cátedra como HERCRITIA, y más aún de los extraordinarios miembros que la
componen. No son tiempos fáciles para la filosofía, y parece que en esta
disciplina se hace difícil en España ser profeta en la propia tierra; por ello,
su trabajo, su presencia internacional y su esfuerzo por generar una comunidad
filosófica resultan no solo más admirables, si cabe, sino también deseables y
necesarios.
¿Por
qué es necesaria la investigación en el ámbito filosófico? ¿Para qué «sirve»?
Lo
primero que uno se siente tentado a decir, quizás muy tópico, son las palabras
que escribía Ortega en ¿Qué es filosofía?,
donde decía que esta disciplina no servía para nada y no había necesidad de
ella en el sentido de que no tenía una utilidad relativa a un fin, sino que es
algo esencial para el entendimiento humano, constitutivo suyo. Creo que aquí
radica la respuesta. Ya Aristóteles había inaugurado su Metafísica con la célebre frase de que por naturaleza todos los
hombres desean saber, y soy de la sincera opinión de que el asombro y la
curiosidad son el origen del pensamiento y reflexión. Preguntarnos por qué
suceden las cosas, cómo suceden, por qué se dan unas y no otras, si debe
distinguirse o no entre realidad y apariencia, si hay regiones insondables para
nuestro entendimiento, qué papel juegan nuestras pasiones… todas ellas (amen de
muchísimas otras), son cuestiones que, de un modo u otro, todos nos planteamos
y son las que la investigación filosófica trata, si no de responder, al menos
de orientar para hallar una respuesta. No es que queramos o necesitemos
filosofar, sino que es simplemente algo que forma parte de nosotros y que
podemos desarrollar en mayor o menor medida.
Dicho
esto, desde un punto de vista más propiamente disciplinar, la investigación
filosófica busca, como he dicho, ofrecer luz en ámbitos que, por su
complejidad, pueden resultar oscuros. Todos creemos que hemos de comportarnos
bien, eso es fácil; pero no es tanto justificar por qué o qué es eso de “bien”;
creemos que hay un mundo o una realidad, pero resulta ya más arduo definirlo,
decir si es lo que se presenta a la sensibilidad o si se requiere del
entendimiento; por no hablar de las interpretaciones que pueden existir sobre
él, más aún si introducimos esferas como la espiritual. Esto son tan solo
algunos ejemplos. Del mismo modo, resulta titánico, si no imposible, dar una solución
unívoca e indubitable a semejantes cuestiones; creo que en filosofía hay pocas
de ese tipo (alguna puede haber, sí, pero escasas en su género). Aceptar una
respuesta única sin cuestionarla o reflexionar críticamente sobre ella, sea por
coacción o por argumento de autoridad, es dogma, y es justamente eso a lo que
se debe oponer la investigación en el terreno filosófico. Esta debe suscitar
preguntas, curiosidad, perplejidad; debe abrir debate, fomentar una actitud
crítica y un pensamiento propio, presentar una heterogeneidad de opciones o
tesis de cuya antítesis podamos extraer una síntesis. Es así como podemos
desplegar esta capacidad constitutiva nuestra y evitar que acabe como el agua
estancada. Seguramente la verdad o conocimiento último sea inalcanzable, pero gracias
a la investigación filosófica podemos acercarnos asintóticamente a él.
¿De
qué manera la Hermenéutica Crítica transforma el modo de entender y estar en la
filosofía y en el mundo? ¿Cuál es su modus operandi?
Como
dije anteriormente, no soy un gran experto en Hermenéutica, pero trataré de dar
una respuesta. Empezando por el adjetivo “crítica”, se alude ya a un
cuestionamiento y una actitud de no dar nada por sentado, ya sea porque ha sido
legado por la tradición, porque provenga de una fuente de autoridad o porque
parezca evidente a priori. La
hermenéutica para mí trata de penetrar en la complejidad de la realidad, la
cual es tan infinitamente vasta y entremezclada como para dar explicaciones
tendentes a la homogeneidad o univocidad. Nuestro mundo es diverso, es
diferencia, es heterogeneidad; es uno donde cada perspectiva individual y
subjetiva arroja una interpretación sobre el mismo. Claro que es verdad que hay
mejores y peores interpretaciones, pero creo que la hermenéutica trata de
construir una visión intersubjetiva de las cosas, no imponer una concepción
monolítica de cómo es la realidad y si no es así tanto peor para la realidad.
Existen numerosos fenómenos que no pueden explicarse de un modo puramente
físico o científico, como es precisamente nuestro modo de habitar o de ser en
el mundo, y es en estos aspectos donde interviene la hermenéutica; y lo hace de
un modo crítico, que conduce a la reflexión. Llevamos dos mil quinientos años
de pensamiento, la humanidad ha atravesado numerosas etapas y ello nos ha
llevado a un momento donde no solo podemos, sino que hemos de meditar acerca de
todos los aspectos. Creo que ese es el modus
operandi de la Hermenéutica Crítica. Qué es el sujeto, qué lugar ocupa, qué
uso y significado da al lenguaje como vehículo de su pensar, si puede expresar
adecuadamente todo lo que pasa por entendimiento, qué es la conciencia…
Hablamos de un replanteamiento de las cuestiones fundamentales del pensamiento,
siendo además conscientes del tiempo y momento desde el que lo estamos
haciendo, que no debe olvidarse. La hermenéutica también es un cuestionamiento
y reflexión acerca de nuestro propio presente, no solo para ver de dónde
venimos sino también para tratar de vislumbrar hacia donde nos dirigimos.
Qué
reflexión te merece la frase de Marx: “Los filósofos se han dedicado a
interpretar el mundo, ahora se trata de modificarlo”
Soy
consciente de que la Tesis 11 sobre Feuerbach ha hecho correr ríos de tinta y
múltiples interpretaciones, pero para mí siempre ha marcado la vinculación
entre la teoría y la praxis. Obviamente Marx no era ningún
ingenuo, ni mucho menos, y sabía perfectamente que las teorías elaboradas por
todos los grandes pensadores que le habían precedido les había conducido a una
determinada forma de conducta; pero creo que a lo que se refiere es a que
muchos de ellos se centraron en exceso en el aspecto teórico descuidando si sus
ideas eran o no aplicables y correspondientes a la práctica. No olvidemos
además que Marx había sido antecedido por un periodo tan sumamente especulativo
como el llamado Idealismo alemán, con
grandes nombres como Kant, Ficthe, Schelling o, especialmente, Hegel. Pero,
parafraseando a Kierkegaard en la crítica que realiza este último (sin con ello
querer criticar a uno ni apoyar a otro), de nada sirve construir un hermoso
palacio para acabar viviendo en una cabaña. Para mí teoría y praxis no solo
deben ir juntas, sino que son indesligables; de poco sirve construir un pensar
en el que no se pueda vivir, así como desarrollar una vida que no esté sujeta a
examen o sobre la que no se pueda edificar un pensar. Por eso, la solución no
es centrarnos solo en la práctica, en la transformación o la modificación del
mundo, porque ello requiere un rumbo que solo puede dar la teoría, la
reflexión.
Finalmente,
esto me lleva a pensar en la función activa que intuyo que Marx le atribuye al
filósofo. Recordemos que, por muy importantes que fueran, Platón permaneció en
su Academia (más allá de sus viajes a Sicilia), Aristóteles en el Liceo,
Descartes o Spinoza en sus respectivas cabañas… ¡incluso Kant se resistió a ir
más allá de las afueras de Königsberg! Evidentemente, poco se puede cambiar el
mundo desde esta atalaya de marfil. El filósofo debe intervenir, abandonar su
zona de confort, convertirse quizá en una suerte de tábano socrático que busque
el diálogo y el debate; y sí, también debe tener un compromiso político, no en un sentido
necesariamente partidista, sino de estar involucrado en la comunidad, grupo o
país en el que vive para mejorarlo. Creo que es también eso hacia lo que
apuntaba Marx.
¿Qué
papel puede jugar la filosofía en el análisis de la actualidad? ¿En qué medida podría
iluminarnos en tiempos de crisis?
Antes
de todo, creo que es conveniente una aclaración. Es cierto que en los últimos
años parece haber una suerte de revival
en lo que se refiere a la valoración de las opiniones de los filósofos; parece
que determinados sectores de la sociedad y otras disciplinas están cada vez más
interesados en sus juicios acerca de determinados temas. Un ejemplo perfecto lo
tuvimos al inicio de esta cuarentena con la recopilación de artículos Sopa de Wuhan; personalmente, no es una
obra con la que esté muy de acuerdo, pero sí es sintomático que no pocas
personas quisieran conocer el dictamen de algunos pensadores acerca de la
trágica situación que estábamos y estamos viviendo. Sin embargo, creo que hay
aquí un error de conceptos o, mejor dicho, de expectativas. Un filósofo no es,
como muchos piensan, una suerte de gurú que ofrece soluciones como si se tratara
de un bazar; de hecho, creo que los filósofos estamos más bien escasos de
respuestas reales y efectivas. Cuando yo era un ingenuo estudiante y empecé mi
carrera estaba lleno de preguntas y creía que la filosofía contestaría a esos
interrogantes; no solo no lo hizo, sino que acabé con todavía más preguntas.
Pero aprendí a ver eso como algo positivo; descubrí que el cuestionamiento no
estaba carente de interés y utilidad. La madre de un gran profesor que he
tenido le decía jocosamente que los filósofos para cada solución tienen un
problema, y considero que hay una gran verdad en eso. El filósofo no es, ni
debe ser, un oráculo délfico que proporcione respuestas ambiguas no falsables;
más bien, como dije antes, su labor consiste en dar tentativas de respuesta y,
sobre todo, en orientar hacia donde se pueden dirigir estas. La filosofía no es
una disciplina aislada, está en comunicación con otras, de las que se vale y a
las que también ayuda.
Dicho
esto, lo que la filosofía puede aportar a nuestro análisis del presente es, a
mi juicio, su labor crítica, de reflexión sobre lo que ocurre; es así también
como puede alumbrarnos en periodos de crisis como el que vivimos, y como creo
que estamos padeciendo desde el crack
financiero de 2007. Eso sí, no lo hace de una única forma, sino que tiene
múltiples vías para ello: nos ayuda a relativizar problemas, a establecer
prioridades, a comprender nuestro lugar en el mundo, a entender precisamente
qué debemos entender por mundo y a valorar a quienes lo integran. En días como
hoy, también nos enseña a dudar de quienes hablan de una “forma única” de
resolver los problemas que nos atormentan, a encontrar modos alternativos de
actuación y de pensamiento; y, de un modo crucial, creo que nos enseña a ver
que “diferente” no es igual a “malo” o “peor”. Para mí las crisis son el
perfecto caldo de cultivo para el surgimiento de movimientos e ideologías
extremos y populistas, que buscan dividir comunidades para focalizarse en un
solo grupo, construyendo su identidad frente a la discriminación de otro. Aquí
sí creo que la filosofía es una potente arma de combate contra los que en
nombre de grandes ideales llevan a cabo auténticos desmanes. No sé si la
filosofía puede alumbrar por sí sola todos los rincones en momentos de crisis,
no lo creo; pero, cuanto menos, si nos ayuda a no andar entre tinieblas.
“Una
teoría del mal: acción, personalidad e instituciones malvadas”, es el título de
tu tesis. ¿Qué características crees que le han hecho merecedora del premio?
La
pregunta es irónica en cierto modo, dado que fue toda una sorpresa saber que
era el ganador y uno siempre tiene una especie de juicio más duro y de
“síndrome del impostor” reservado para sí mismo del que es difícil deshacerse.
Ahora bien, desde el punto de vista formal creo que por un lado la tesis
refleja un trabajo esmerado y atento, así como una gran dedicación. Por
supuesto que no es la última palabra y dará pie a debates (al menos es lo que
yo espero), pero puedo decir que incluso hasta la última coma está
cuidadosamente pensada. Durante la elaboración de la tesis recuerdo que
dialogaba mucho con mis compañeros de despacho sobre distintos puntos para
poner a prueba algunas ideas; también tenía una pelota de gomaespuma que
lanzaba en mi cuarto a la pared casi compulsivamente mientras pensaba posibles
contraejemplos y argumentaciones, y hubo no pocas capuchas de bolígrafo que
acabaron destrozadas (¡y eso que escribía a ordenador!). Creo que ese esfuerzo
ha sido recompensado con el premio.
Por
otra parte, creo que también ha influido la temática. Desde el comienzo tuve
decidido que no quería que versara sobre un pensador en concreto, sino sobre
una cuestión, que como digo en la tesis primero iban a ser los totalitarismo, y
más en concreto el nacionalsocialista. Llegué al tema del mal más bien por una
feliz derivación, por una afortunada casualidad (si es que existen) y descubrí
que era un tema fascinante sobre el que no se ha profundizado lo suficiente. Es
curioso que siendo algo que tanto se ha estetizado, que tanto nos seduce y
genera curiosidad, que tanto nos tienta (no olvidemos que el mismo Lucifer es
presentado muchas veces, sencillamente, como “el gran tentador”), hayamos
hablado relativamente tan poco de él. Y eso me animó a adentrarme en un campo
que, por estar tan inexplorado, podía resultarme tan fructífero como
enriquecedor, pese a la dureza de muchos de los ejemplos y casos que tuve que
consultar.
Finalmente,
considero que también ha influido la forma de expresión. Recuerdo que mi
primera directora, Purificación Sánchez Zamorano, alababa el contenido de la
tesis pero me decía: “Javier, no oigo tu voz; quiero saber lo que tú dices al
respecto del tema, no solo lo que dicen otros”. Esto me marcó en adelante para
darle a la tesis un tono más propio, presentar explícitamente mi apuesta,
dialogar con otros autores ya fuera para alabarlos o para criticarlos. Creo que
ese “atrevimiento” ha sido también un aspecto crucial.
¿Cuál
sería tu hipótesis o mejor, el hilo que vertebra tu investigación?
Mi
directora insistía mucho en que tuviese clara “la tesis de mi tesis” para que
no perdiera el rumbo de la investigación, y en esa medida creo que ese hilo
conductor parte de lo que Kant llamaba el “mal radical”, un mal que se
encuentra enraizado en nuestra propia naturaleza (o condición, o esencia, como
se quiera denominar) y que por tanto es inextirpable; es algo con lo que
debemos vivir y, en la medida que podamos, controlar. Sobre esta base, la idea nuclear
que siempre tuve presente es que todas las personas tienen la potencialidad de
obrar el mal (al igual que el bien), aunque luego no la actualicen o pongan en
práctica. Esto no es un brindis al sol, según lo veo, pues durante mucho tiempo
la tradición moral occidental parecía partidaria que solo seres perversos, de
bajas y retorcidas pasiones o con una razón nublada y perpetrada, podían
perpetrar fechorías; el mal parecía reservado exclusivamente a lo que
coloquialmente llamamos “villanos”. Pero, como bien sabemos desde que Arendt
habló de “banalidad del mal”, no hacen falta motivaciones o intenciones
malvadas para cometer grandes males. Esta idea es la que me impactó en su
momento y quise reflejar. Muchas veces elaboramos estrategias o barreras psicológicas
para pensar que nunca podríamos cometer determinadas acciones, que nosotros no
somos criminales ni llegaremos a serlo jamás, que no somos como esos “monstruos
morales” que ha habido en la historia o protagonizan las crónicas de sucesos;
pero si pensamos así y nos revestimos de una seguridad ilusoria, si no nos
autoevaluamos, podemos llegar a emprender fácilmente una senda que, paso a paso,
nos aboque a ese mal del que nos considerábamos salvaguardados. Precisamente
para evitar eso vi necesario analizar el mal en sus principales manifestaciones
como son las acciones, las personas y las instituciones.
El
mal es el objeto de tu investigación, ¿has descubierto su naturaleza?
¡Ojalá
hubiera podido! Habría facilitado bastante mi tarea y la lucha contra el mal que
defiendo. En este aspecto vuelvo a coincidir con Kant cuando dice que el mal en
último término es una cuestión insondable para nosotros; por mucho que
indaguemos, no podemos desentrañar su origen y fundamento últimos, y creo que
nunca podremos. Mentes muchísimo más brillantes que la mía trataron de resolver
esta cuestión y fracasaron en el intento, aunque ello tampoco les desmerece. No
olvidemos además que este problema es tan oscuro que la propia teología
cristiana (precisamente a raíz de preguntas como si una persona como Hitler,
que pese a sus horrendos crímenes siempre creyó obrar correctamente para su
idea de humanidad hasta el punto de declarar en su testamento que Europa le
agradecería en el futuro haber eliminado a la “raza judía) acabó calificándolo
como “mysterium iniquitatis”, el
misterio de la iniquidad, cómo es posible que un ser creado a imagen y
semejanza de un ser omnibondadoso pueda cometer el mal. Sí, tanto la teología
como la filosofía han concedido en este sentido un papel esencial al libre
albedrío, pero en última instancia no alcanzan a explicar el porqué; ese es el
misterio del mal. Mi tesis tampoco logra responder a ello. Yo hablo de cómo
identificarlo, cómo reconocerlo para poder luchar contra él, qué
manifestaciones merecen el calificativo “mal” o “malvado”… pero la cuestión de
por qué se produce es como un agujero negro: podemos atisbar su superficie pero
desconocemos su interior porque no podemos penetrar en él.
La
tesis tiene una dimensión política importante a través del estudio que realizas
sobre las «instituciones malvadas» ¿Cuál es tu aportación?
Justamente
esa dimensión política era el punto al que quería llegar cuando mi
investigación empezó a cobrar realmente forma, el telos que guiaba y al que quería dirigir mi desarrollo.
Investigando los regímenes totalitarios me percaté de que nuestras sociedades
conservan determinados mecanismos que pueden conducir a repeticiones similares
de lo que antaño sucedió si somos descuidados con ellos; parece que conocer la
historia no es suficiente para evitar que vuelvan a acontecer sucesos del
pasado. La burocracia, la mediación de la acción y de la distancia, la
tecnificación, el uso instrumental de la razón, la despersonalización y
deshumanización que muchas veces llevamos a cabo, a veces inconscientemente…
son fenómenos presentes hoy día. La falsa seguridad de las personas que piensan
que nunca podrán convertirse en seres malvados puede trasladarse a las
sociedades cuando piensan que no repetirán errores del pasado o que en su seno
no pueden ocurrir determinados acontecimientos. Pensábamos que una persona
histriónica no podría triunfar ya en política, los estadounidenses estaban
convencidos de que el populismo o el fascismo nunca pondrían un pie en “la
tierra de la libertad”… y en 2016 Donald Trump ganó las elecciones. Vox era un
partido que hace unos años llamaba a la risa y hoy es nada más y nada menos que
la tercera fuerza política en España. Y podrían enumerarse más ejemplos. Fue el
auge del terrorismo, de los extremismos y los populismos lo que me condujo a
este aspecto político de la tesis, y tomando como paradigma los grandes
regímenes malvados quise hacer ver estos pueden volver a suceder y pueden pasar
aquí. He señalado sus principales características y las horrendas consecuencias
a las que pueden llevar para que miremos y juzguemos críticamente nuestras
propias sociedades, que quizá no son tan idílicas o seguras como queremos
pensar. Esta sería mi humilde aportación.
¿Cuáles
son las conclusiones derivadas de tu investigación? ¿Podrías darnos la receta
para librarnos del mal?
Como
dije, creo que los filósofos tenemos pocas soluciones o recetas de aportar, y
en este tema mucho me temo que no hay ninguna; no hay modo alguno de librarse
del mal. En tanto radical e inherente al ser humano, es inextirpable, de modo
que nuestra maldición es vernos obligados a convivir con él; puede que este sea
el precio de la libertad. Ahora bien, y esta es una conclusión perfectamente
clara en mi tesis, que sea una lucha que estemos condenados a no ganar no
quiere decir que debamos claudicar frente a él. Lo que sí podemos y debemos
hacer en tanto agentes morales que somos es poner todo nuestro empeño en tratar
de prevenirlo y minimizarlo, mantenerlo acotado e impedir que gane terreno. No
es fácil, cierto, pero tenemos armas e instrumentos para lograrlo, y aquí la
filosofía ocupa un papel destacado. La labor destructiva y a la vez
constructiva del pensamiento, su poder crítico y de cuestionamiento, nos
permite evaluar nuestras propias acciones, no aceptar medidas o argumentos
únicamente porque emanen de la voz de una autoridad y no ver la diferencia como
elemento perturbador o amenazante.
Por
otra parte, en mi tesis también concluyo que debemos distinguir entre las
personas malvadas y los hacedores de mal, los cuales son personas normales
cometen el mayor número de males en el mundo, aunque no necesariamente los más
graves. Ahora bien, las primeras no deben considerarse seres mefistofélicos o
monstruosos, sino que fueron personas normales que llegaron a ser malvadas. Lo
que defiendo es que el pensamiento crítico puede ayudar a cortar en muchos
casos este camino. No pocas acciones malvadas se cometen, no por irracionalidad
o por predominio de las pasiones, sino por errores de juicio, y creo que el
poder crítico de la filosofía puede ayudar a percatarnos de esos errores para
evitar su cometimiento. Repito, no acabaremos nunca con el mal moral y político,
pero sí podemos acercarnos asintóticamente al ideal de una sociedad mejor, más
justa, igual, armoniosa e inclusiva para todos.
He
visto que dedicas unas bellas palabras de agradecimiento a dos de tus
profesores de instituto. ¿Qué lugar crees que debería ocupar la filosofía en la
educación de los jóvenes?
Paco
fue mi profesor de filosofía y Paloma mi profesora de latín y teatro, y para mí
fueron mis particulares Sócrates y Diotima. El primero me enseñó la belleza de
la filosofía y de pensar por uno mismo, y la segunda a ser quien yo quería ser
y a perseguir aquello que me gustaba y por lo que sentía pasión. No estaría
aquí si no fuera por ellos, que plantaron sin saberlo una semilla que ha
germinado de este modo. Para mí ellos son el perfecto paradigma de lo que la
filosofía y el pensar autónomo pueden significar para los jóvenes, del papel
absolutamente central que juegan los profesores de instituto, cuya labor es con
tanta frecuencia denostada y vejada, incluso por parte del ambiente universitario.
Yo estoy muy orgulloso de decir que estudié filosofía por mis profesores, y
conozco más casos iguales.
Respecto
al papel de la filosofía, para empezar no creo que deba arrinconarse solo en
una asignatura que lleve ese título, sino que está interrelacionada con
multitud de disciplina; en mi caso, yo lo descubrí en las Humanidades. En el
instituto vi su conexión con las lenguas, el arte, la historia… Por eso me
sorprende y me apena tanto que se la elimine de los planes de estudio. Aunque a
mí siempre me han considerado un viejo en el cuerpo de un joven, veo en la
adolescencia una potencia y vivacidad que se desvanece en la adultez. Si se
conecta con ellos, los jóvenes están deseosos de aprender, de conocer, de
experimentar… y creo que además ya tienen la madurez suficiente como para
instruirles en una materia que seguro encontrarían fascinante. No digo que se
les ponga a leer el Parménides o la Fenomenología del espíritu, pero sí
existen cuestiones que pueden empezar a planteárseles para que comiencen a
pensar por ellos mismos. Esa es la función primordial que puede tener la
filosofía para los jóvenes, estimularles, despertarles el ansia de saber,
enseñarles a hacerse preguntas que sean vitales para su modo de estar en el
mundo.
Lamentablemente,
por lo que veo, personas con más poder que yo piensan de manera diferente;
parece que no les conviene que un saber que no ven económicamente productivo
agite las conciencias y perturbe la docilidad de una masa cada vez más grande y
acrítica. Creo que este fallo a nivel educativo básico es, no el único, pero sí
uno de los factores de situaciones de discriminación, intolerancia, violencia
de género, etc. que vivimos hoy en día.
¿Cuál
es la puerta que deja abierta tu tesis a futuras investigaciones?
Obviamente
deja muchísimas puertas abiertas, empezando por la que más me gustaría: que
generase un debate en torno a la cuestión. Ni mucho menos tengo la última
palabra en la materia, y estoy convencido de que puede haber imprecisiones o
mejoras que no he sabido ver. Con total sinceridad, no quiero que se destaquen
solo sus méritos, que alguno tendrá, sino también que se señalen sus faltas,
allí donde se puede mejorar, pues estamos ante un tema que todavía puede dar
mucho de sí. Creo que en la cuestión de las personalidades malvadas y en el
aspecto político de las instituciones malvadas todavía queda mucho que decir,
pero sí quisiera señalar dos puntos en concreto que yo mismo vi que quedaban
abiertos de cara al futuro.
Por
un lado, he hablado de la necesidad de un pensamiento crítico, pero según
reflexionaba sobre él y releía lo que había escrito me asaltaba una duda: ¿cómo
estimulamos en las personas dicha facultad? Porque es obvio que pensar
críticamente es una tarea difícil y que no todos están dispuestos a asumirla.
Personalmente, para mí la respuesta radica en la educación, en instruir a los
jóvenes cuando tienen la madurez suficiente para ello y que generen o
interioricen un hábito, de modo que no se dejen manipular. Pero eso es solo es
un esbozo, no algo definitivo; por ello vale la pena reflexionar sobre ello.
Esto
también me llevó a un segundo punto: tal vez enfaticé demasiado la faceta
racional y desatendí la pasional. ¿Acaso una adecuada educación moral de las
pasiones no sería también un poderoso dique contra el mal? Sentimientos como la
empatía o la compasión pueden frenar auténticas tragedias e incluso llegar allí
donde la argumentación racional o la facultad crítica no llegan. Tengo la
impresión de que en filosofía cometemos muchas veces el error de marginalizar
las pasiones, o como poco de entronar a la razón a costa de ellas. Sin embargo,
son una vía que puede albergar también muchas posibilidades y debiéramos
explorar.