Ganador del Premio «Teresa Oñate: Un Tiempo Estético. Ontología y Hermenéutica» a la mejor Tesis Doctoral
Por Marisa Alcaide
Javier Leiva Bustos es Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid. Su Tesis Doctoral obtuvo la calificación cum laude y la mención de “Doctorado Internacional”. Asimismo, cursó en la citada institución la Licenciatura de Filosofía y el Máster en Filosofía de la Historia: Democracia y Orden Mundial. Ha realizado una estancia de investigación en Cornell University (Nueva York), bajo la supervisión del historiador Enzo Traverso, y desde el año 2017 también ejerce como tutor en la “Escuela de Filosofía” de Madrid. Sus líneas de investigación son la filosofía moral y política, el problema del mal, los sistemas totalitarios y el pensamiento de Hannah Arendt. Ha participado en numerosos congresos, tanto de ámbito nacional como internacional, y entre sus publicaciones destacan los capítulos “Nuevas reflexiones sobre la pena de muerte” en el libro Pena de muerte: una pena cruel e inhumana y no especialmente disuasoria (2014) o “El Auschwitz de nuestro tiempo: las ideologías extremas y la frontera entre ellos y nosotros” en Discriminación racial, intolerancia y fanatismo en la Unión Europea (2020).
En su Tesis Doctoral, que lleva por título “Una teoría del mal: acción, personalidad e instituciones malvadas”, elabora una teoría acerca del mal con el propósito de identificar sus causas, proporcionar una explicación detallada de lo que cabe entender por acciones, personalidades e instituciones malvadas, y reivindicar el papel de la filosofía en la lucha contra el mal.
¿Cuál es tu relación con HERCRITIA y qué opinión te merece la labor que realiza esta cátedra de Investigación?
He de reconocer, quizá para mi vergüenza, que mi primer contacto con HERCRITIA fue relativamente tardío. Tuvo lugar entre 2013 y 2014, cuando cursaba el “Máster en Filosofía de la historia” en la Universidad Autónoma de Madrid, fundado por Félix Duque y coordinado por Valerio Rocco y José María Zamora. Además, el máster contaba con la colaboración de otras grandes figuras como Ángel Gabilondo y Teresa Oñate, todas ellas pertenecientes a HERCRITIA. Igualmente, a lo largo de mi recorrido, ya sea en un trato personal o en congresos, fui conociendo a otros integrantes como Alba Jiménez o Jacinto Rivera de Rosales, entre otros. Sin embargo, un estudiante todavía tan ignorante como yo necesitó tiempo para comprender verdaderamente la envergadura, relevancia y talento de esta cátedra.
En un principio, debido a mi investigación y a las personas que conocía, me atraían más las líneas de filosofía política y filosofía de la historia, pero con el tiempo he prestado más atención a otras áreas como la ontología y la hermenéutica; campos que antes me parecían más inaccesibles pero que he podido empezar a abordar (aunque sea a modo de tentativa o de forma preliminar) gracias a otros profesores y personas que me han ilustrado en el terreno, al mismo tiempo que me mostraban su pertinencia.
Todo ello ha confluido en cambiar esa errada o insuficiente visión que antes comentaba. Ahora que tengo quizá algo más de madurez y menos ingenuidad aprecio infinitamente más la labor de investigación y de difusión del pensamiento de una cátedra como HERCRITIA, y más aún de los extraordinarios miembros que la componen. No son tiempos fáciles para la filosofía, y parece que en esta disciplina se hace difícil en España ser profeta en la propia tierra; por ello, su trabajo, su presencia internacional y su esfuerzo por generar una comunidad filosófica resultan no solo más admirables, si cabe, sino también deseables y necesarios.
¿Por qué es necesaria la investigación en el ámbito filosófico? ¿Para qué «sirve»?
Lo primero que uno se siente tentado a decir, quizás muy tópico, son las palabras que escribía Ortega en ¿Qué es filosofía?, donde decía que esta disciplina no servía para nada y no había necesidad de ella en el sentido de que no tenía una utilidad relativa a un fin, sino que es algo esencial para el entendimiento humano, constitutivo suyo. Creo que aquí radica la respuesta. Ya Aristóteles había inaugurado su Metafísica con la célebre frase de que por naturaleza todos los hombres desean saber, y soy de la sincera opinión de que el asombro y la curiosidad son el origen del pensamiento y reflexión. Preguntarnos por qué suceden las cosas, cómo suceden, por qué se dan unas y no otras, si debe distinguirse o no entre realidad y apariencia, si hay regiones insondables para nuestro entendimiento, qué papel juegan nuestras pasiones… todas ellas (amen de muchísimas otras), son cuestiones que, de un modo u otro, todos nos planteamos y son las que la investigación filosófica trata, si no de responder, al menos de orientar para hallar una respuesta. No es que queramos o necesitemos filosofar, sino que es simplemente algo que forma parte de nosotros y que podemos desarrollar en mayor o menor medida.
Dicho esto, desde un punto de vista más propiamente disciplinar, la investigación filosófica busca, como he dicho, ofrecer luz en ámbitos que, por su complejidad, pueden resultar oscuros. Todos creemos que hemos de comportarnos bien, eso es fácil; pero no es tanto justificar por qué o qué es eso de “bien”; creemos que hay un mundo o una realidad, pero resulta ya más arduo definirlo, decir si es lo que se presenta a la sensibilidad o si se requiere del entendimiento; por no hablar de las interpretaciones que pueden existir sobre él, más aún si introducimos esferas como la espiritual. Esto son tan solo algunos ejemplos. Del mismo modo, resulta titánico, si no imposible, dar una solución unívoca e indubitable a semejantes cuestiones; creo que en filosofía hay pocas de ese tipo (alguna puede haber, sí, pero escasas en su género). Aceptar una respuesta única sin cuestionarla o reflexionar críticamente sobre ella, sea por coacción o por argumento de autoridad, es dogma, y es justamente eso a lo que se debe oponer la investigación en el terreno filosófico. Esta debe suscitar preguntas, curiosidad, perplejidad; debe abrir debate, fomentar una actitud crítica y un pensamiento propio, presentar una heterogeneidad de opciones o tesis de cuya antítesis podamos extraer una síntesis. Es así como podemos desplegar esta capacidad constitutiva nuestra y evitar que acabe como el agua estancada. Seguramente la verdad o conocimiento último sea inalcanzable, pero gracias a la investigación filosófica podemos acercarnos asintóticamente a él.
¿De qué manera la Hermenéutica Crítica transforma el modo de entender y estar en la filosofía y en el mundo? ¿Cuál es su modus operandi?
Como dije anteriormente, no soy un gran experto en Hermenéutica, pero trataré de dar una respuesta. Empezando por el adjetivo “crítica”, se alude ya a un cuestionamiento y una actitud de no dar nada por sentado, ya sea porque ha sido legado por la tradición, porque provenga de una fuente de autoridad o porque parezca evidente a priori. La hermenéutica para mí trata de penetrar en la complejidad de la realidad, la cual es tan infinitamente vasta y entremezclada como para dar explicaciones tendentes a la homogeneidad o univocidad. Nuestro mundo es diverso, es diferencia, es heterogeneidad; es uno donde cada perspectiva individual y subjetiva arroja una interpretación sobre el mismo. Claro que es verdad que hay mejores y peores interpretaciones, pero creo que la hermenéutica trata de construir una visión intersubjetiva de las cosas, no imponer una concepción monolítica de cómo es la realidad y si no es así tanto peor para la realidad. Existen numerosos fenómenos que no pueden explicarse de un modo puramente físico o científico, como es precisamente nuestro modo de habitar o de ser en el mundo, y es en estos aspectos donde interviene la hermenéutica; y lo hace de un modo crítico, que conduce a la reflexión. Llevamos dos mil quinientos años de pensamiento, la humanidad ha atravesado numerosas etapas y ello nos ha llevado a un momento donde no solo podemos, sino que hemos de meditar acerca de todos los aspectos. Creo que ese es el modus operandi de la Hermenéutica Crítica. Qué es el sujeto, qué lugar ocupa, qué uso y significado da al lenguaje como vehículo de su pensar, si puede expresar adecuadamente todo lo que pasa por entendimiento, qué es la conciencia… Hablamos de un replanteamiento de las cuestiones fundamentales del pensamiento, siendo además conscientes del tiempo y momento desde el que lo estamos haciendo, que no debe olvidarse. La hermenéutica también es un cuestionamiento y reflexión acerca de nuestro propio presente, no solo para ver de dónde venimos sino también para tratar de vislumbrar hacia donde nos dirigimos.
Qué reflexión te merece la frase de Marx: “Los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo, ahora se trata de modificarlo”
Soy consciente de que la Tesis 11 sobre Feuerbach ha hecho correr ríos de tinta y múltiples interpretaciones, pero para mí siempre ha marcado la vinculación entre la teoría y la praxis. Obviamente Marx no era ningún ingenuo, ni mucho menos, y sabía perfectamente que las teorías elaboradas por todos los grandes pensadores que le habían precedido les había conducido a una determinada forma de conducta; pero creo que a lo que se refiere es a que muchos de ellos se centraron en exceso en el aspecto teórico descuidando si sus ideas eran o no aplicables y correspondientes a la práctica. No olvidemos además que Marx había sido antecedido por un periodo tan sumamente especulativo como el llamado Idealismo alemán, con grandes nombres como Kant, Ficthe, Schelling o, especialmente, Hegel. Pero, parafraseando a Kierkegaard en la crítica que realiza este último (sin con ello querer criticar a uno ni apoyar a otro), de nada sirve construir un hermoso palacio para acabar viviendo en una cabaña. Para mí teoría y praxis no solo deben ir juntas, sino que son indesligables; de poco sirve construir un pensar en el que no se pueda vivir, así como desarrollar una vida que no esté sujeta a examen o sobre la que no se pueda edificar un pensar. Por eso, la solución no es centrarnos solo en la práctica, en la transformación o la modificación del mundo, porque ello requiere un rumbo que solo puede dar la teoría, la reflexión.
Finalmente, esto me lleva a pensar en la función activa que intuyo que Marx le atribuye al filósofo. Recordemos que, por muy importantes que fueran, Platón permaneció en su Academia (más allá de sus viajes a Sicilia), Aristóteles en el Liceo, Descartes o Spinoza en sus respectivas cabañas… ¡incluso Kant se resistió a ir más allá de las afueras de Königsberg! Evidentemente, poco se puede cambiar el mundo desde esta atalaya de marfil. El filósofo debe intervenir, abandonar su zona de confort, convertirse quizá en una suerte de tábano socrático que busque el diálogo y el debate; y sí, también debe tener un compromiso político, no en un sentido necesariamente partidista, sino de estar involucrado en la comunidad, grupo o país en el que vive para mejorarlo. Creo que es también eso hacia lo que apuntaba Marx.
¿Qué papel puede jugar la filosofía en el análisis de la actualidad? ¿En qué medida podría iluminarnos en tiempos de crisis?
Antes de todo, creo que es conveniente una aclaración. Es cierto que en los últimos años parece haber una suerte de revival en lo que se refiere a la valoración de las opiniones de los filósofos; parece que determinados sectores de la sociedad y otras disciplinas están cada vez más interesados en sus juicios acerca de determinados temas. Un ejemplo perfecto lo tuvimos al inicio de esta cuarentena con la recopilación de artículos Sopa de Wuhan; personalmente, no es una obra con la que esté muy de acuerdo, pero sí es sintomático que no pocas personas quisieran conocer el dictamen de algunos pensadores acerca de la trágica situación que estábamos y estamos viviendo. Sin embargo, creo que hay aquí un error de conceptos o, mejor dicho, de expectativas. Un filósofo no es, como muchos piensan, una suerte de gurú que ofrece soluciones como si se tratara de un bazar; de hecho, creo que los filósofos estamos más bien escasos de respuestas reales y efectivas. Cuando yo era un ingenuo estudiante y empecé mi carrera estaba lleno de preguntas y creía que la filosofía contestaría a esos interrogantes; no solo no lo hizo, sino que acabé con todavía más preguntas. Pero aprendí a ver eso como algo positivo; descubrí que el cuestionamiento no estaba carente de interés y utilidad. La madre de un gran profesor que he tenido le decía jocosamente que los filósofos para cada solución tienen un problema, y considero que hay una gran verdad en eso. El filósofo no es, ni debe ser, un oráculo délfico que proporcione respuestas ambiguas no falsables; más bien, como dije antes, su labor consiste en dar tentativas de respuesta y, sobre todo, en orientar hacia donde se pueden dirigir estas. La filosofía no es una disciplina aislada, está en comunicación con otras, de las que se vale y a las que también ayuda.
Dicho esto, lo que la filosofía puede aportar a nuestro análisis del presente es, a mi juicio, su labor crítica, de reflexión sobre lo que ocurre; es así también como puede alumbrarnos en periodos de crisis como el que vivimos, y como creo que estamos padeciendo desde el crack financiero de 2007. Eso sí, no lo hace de una única forma, sino que tiene múltiples vías para ello: nos ayuda a relativizar problemas, a establecer prioridades, a comprender nuestro lugar en el mundo, a entender precisamente qué debemos entender por mundo y a valorar a quienes lo integran. En días como hoy, también nos enseña a dudar de quienes hablan de una “forma única” de resolver los problemas que nos atormentan, a encontrar modos alternativos de actuación y de pensamiento; y, de un modo crucial, creo que nos enseña a ver que “diferente” no es igual a “malo” o “peor”. Para mí las crisis son el perfecto caldo de cultivo para el surgimiento de movimientos e ideologías extremos y populistas, que buscan dividir comunidades para focalizarse en un solo grupo, construyendo su identidad frente a la discriminación de otro. Aquí sí creo que la filosofía es una potente arma de combate contra los que en nombre de grandes ideales llevan a cabo auténticos desmanes. No sé si la filosofía puede alumbrar por sí sola todos los rincones en momentos de crisis, no lo creo; pero, cuanto menos, si nos ayuda a no andar entre tinieblas.
“Una teoría del mal: acción, personalidad e instituciones malvadas”, es el título de tu tesis. ¿Qué características crees que le han hecho merecedora del premio?
La pregunta es irónica en cierto modo, dado que fue toda una sorpresa saber que era el ganador y uno siempre tiene una especie de juicio más duro y de “síndrome del impostor” reservado para sí mismo del que es difícil deshacerse. Ahora bien, desde el punto de vista formal creo que por un lado la tesis refleja un trabajo esmerado y atento, así como una gran dedicación. Por supuesto que no es la última palabra y dará pie a debates (al menos es lo que yo espero), pero puedo decir que incluso hasta la última coma está cuidadosamente pensada. Durante la elaboración de la tesis recuerdo que dialogaba mucho con mis compañeros de despacho sobre distintos puntos para poner a prueba algunas ideas; también tenía una pelota de gomaespuma que lanzaba en mi cuarto a la pared casi compulsivamente mientras pensaba posibles contraejemplos y argumentaciones, y hubo no pocas capuchas de bolígrafo que acabaron destrozadas (¡y eso que escribía a ordenador!). Creo que ese esfuerzo ha sido recompensado con el premio.
Por otra parte, creo que también ha influido la temática. Desde el comienzo tuve decidido que no quería que versara sobre un pensador en concreto, sino sobre una cuestión, que como digo en la tesis primero iban a ser los totalitarismo, y más en concreto el nacionalsocialista. Llegué al tema del mal más bien por una feliz derivación, por una afortunada casualidad (si es que existen) y descubrí que era un tema fascinante sobre el que no se ha profundizado lo suficiente. Es curioso que siendo algo que tanto se ha estetizado, que tanto nos seduce y genera curiosidad, que tanto nos tienta (no olvidemos que el mismo Lucifer es presentado muchas veces, sencillamente, como “el gran tentador”), hayamos hablado relativamente tan poco de él. Y eso me animó a adentrarme en un campo que, por estar tan inexplorado, podía resultarme tan fructífero como enriquecedor, pese a la dureza de muchos de los ejemplos y casos que tuve que consultar.
Finalmente, considero que también ha influido la forma de expresión. Recuerdo que mi primera directora, Purificación Sánchez Zamorano, alababa el contenido de la tesis pero me decía: “Javier, no oigo tu voz; quiero saber lo que tú dices al respecto del tema, no solo lo que dicen otros”. Esto me marcó en adelante para darle a la tesis un tono más propio, presentar explícitamente mi apuesta, dialogar con otros autores ya fuera para alabarlos o para criticarlos. Creo que ese “atrevimiento” ha sido también un aspecto crucial.
¿Cuál sería tu hipótesis o mejor, el hilo que vertebra tu investigación?
Mi directora insistía mucho en que tuviese clara “la tesis de mi tesis” para que no perdiera el rumbo de la investigación, y en esa medida creo que ese hilo conductor parte de lo que Kant llamaba el “mal radical”, un mal que se encuentra enraizado en nuestra propia naturaleza (o condición, o esencia, como se quiera denominar) y que por tanto es inextirpable; es algo con lo que debemos vivir y, en la medida que podamos, controlar. Sobre esta base, la idea nuclear que siempre tuve presente es que todas las personas tienen la potencialidad de obrar el mal (al igual que el bien), aunque luego no la actualicen o pongan en práctica. Esto no es un brindis al sol, según lo veo, pues durante mucho tiempo la tradición moral occidental parecía partidaria que solo seres perversos, de bajas y retorcidas pasiones o con una razón nublada y perpetrada, podían perpetrar fechorías; el mal parecía reservado exclusivamente a lo que coloquialmente llamamos “villanos”. Pero, como bien sabemos desde que Arendt habló de “banalidad del mal”, no hacen falta motivaciones o intenciones malvadas para cometer grandes males. Esta idea es la que me impactó en su momento y quise reflejar. Muchas veces elaboramos estrategias o barreras psicológicas para pensar que nunca podríamos cometer determinadas acciones, que nosotros no somos criminales ni llegaremos a serlo jamás, que no somos como esos “monstruos morales” que ha habido en la historia o protagonizan las crónicas de sucesos; pero si pensamos así y nos revestimos de una seguridad ilusoria, si no nos autoevaluamos, podemos llegar a emprender fácilmente una senda que, paso a paso, nos aboque a ese mal del que nos considerábamos salvaguardados. Precisamente para evitar eso vi necesario analizar el mal en sus principales manifestaciones como son las acciones, las personas y las instituciones.
El mal es el objeto de tu investigación, ¿has descubierto su naturaleza?
¡Ojalá hubiera podido! Habría facilitado bastante mi tarea y la lucha contra el mal que defiendo. En este aspecto vuelvo a coincidir con Kant cuando dice que el mal en último término es una cuestión insondable para nosotros; por mucho que indaguemos, no podemos desentrañar su origen y fundamento últimos, y creo que nunca podremos. Mentes muchísimo más brillantes que la mía trataron de resolver esta cuestión y fracasaron en el intento, aunque ello tampoco les desmerece. No olvidemos además que este problema es tan oscuro que la propia teología cristiana (precisamente a raíz de preguntas como si una persona como Hitler, que pese a sus horrendos crímenes siempre creyó obrar correctamente para su idea de humanidad hasta el punto de declarar en su testamento que Europa le agradecería en el futuro haber eliminado a la “raza judía) acabó calificándolo como “mysterium iniquitatis”, el misterio de la iniquidad, cómo es posible que un ser creado a imagen y semejanza de un ser omnibondadoso pueda cometer el mal. Sí, tanto la teología como la filosofía han concedido en este sentido un papel esencial al libre albedrío, pero en última instancia no alcanzan a explicar el porqué; ese es el misterio del mal. Mi tesis tampoco logra responder a ello. Yo hablo de cómo identificarlo, cómo reconocerlo para poder luchar contra él, qué manifestaciones merecen el calificativo “mal” o “malvado”… pero la cuestión de por qué se produce es como un agujero negro: podemos atisbar su superficie pero desconocemos su interior porque no podemos penetrar en él.
La tesis tiene una dimensión política importante a través del estudio que realizas sobre las «instituciones malvadas» ¿Cuál es tu aportación?
Justamente esa dimensión política era el punto al que quería llegar cuando mi investigación empezó a cobrar realmente forma, el telos que guiaba y al que quería dirigir mi desarrollo. Investigando los regímenes totalitarios me percaté de que nuestras sociedades conservan determinados mecanismos que pueden conducir a repeticiones similares de lo que antaño sucedió si somos descuidados con ellos; parece que conocer la historia no es suficiente para evitar que vuelvan a acontecer sucesos del pasado. La burocracia, la mediación de la acción y de la distancia, la tecnificación, el uso instrumental de la razón, la despersonalización y deshumanización que muchas veces llevamos a cabo, a veces inconscientemente… son fenómenos presentes hoy día. La falsa seguridad de las personas que piensan que nunca podrán convertirse en seres malvados puede trasladarse a las sociedades cuando piensan que no repetirán errores del pasado o que en su seno no pueden ocurrir determinados acontecimientos. Pensábamos que una persona histriónica no podría triunfar ya en política, los estadounidenses estaban convencidos de que el populismo o el fascismo nunca pondrían un pie en “la tierra de la libertad”… y en 2016 Donald Trump ganó las elecciones. Vox era un partido que hace unos años llamaba a la risa y hoy es nada más y nada menos que la tercera fuerza política en España. Y podrían enumerarse más ejemplos. Fue el auge del terrorismo, de los extremismos y los populismos lo que me condujo a este aspecto político de la tesis, y tomando como paradigma los grandes regímenes malvados quise hacer ver estos pueden volver a suceder y pueden pasar aquí. He señalado sus principales características y las horrendas consecuencias a las que pueden llevar para que miremos y juzguemos críticamente nuestras propias sociedades, que quizá no son tan idílicas o seguras como queremos pensar. Esta sería mi humilde aportación.
¿Cuáles son las conclusiones derivadas de tu investigación? ¿Podrías darnos la receta para librarnos del mal?
Como dije, creo que los filósofos tenemos pocas soluciones o recetas de aportar, y en este tema mucho me temo que no hay ninguna; no hay modo alguno de librarse del mal. En tanto radical e inherente al ser humano, es inextirpable, de modo que nuestra maldición es vernos obligados a convivir con él; puede que este sea el precio de la libertad. Ahora bien, y esta es una conclusión perfectamente clara en mi tesis, que sea una lucha que estemos condenados a no ganar no quiere decir que debamos claudicar frente a él. Lo que sí podemos y debemos hacer en tanto agentes morales que somos es poner todo nuestro empeño en tratar de prevenirlo y minimizarlo, mantenerlo acotado e impedir que gane terreno. No es fácil, cierto, pero tenemos armas e instrumentos para lograrlo, y aquí la filosofía ocupa un papel destacado. La labor destructiva y a la vez constructiva del pensamiento, su poder crítico y de cuestionamiento, nos permite evaluar nuestras propias acciones, no aceptar medidas o argumentos únicamente porque emanen de la voz de una autoridad y no ver la diferencia como elemento perturbador o amenazante.
Por otra parte, en mi tesis también concluyo que debemos distinguir entre las personas malvadas y los hacedores de mal, los cuales son personas normales cometen el mayor número de males en el mundo, aunque no necesariamente los más graves. Ahora bien, las primeras no deben considerarse seres mefistofélicos o monstruosos, sino que fueron personas normales que llegaron a ser malvadas. Lo que defiendo es que el pensamiento crítico puede ayudar a cortar en muchos casos este camino. No pocas acciones malvadas se cometen, no por irracionalidad o por predominio de las pasiones, sino por errores de juicio, y creo que el poder crítico de la filosofía puede ayudar a percatarnos de esos errores para evitar su cometimiento. Repito, no acabaremos nunca con el mal moral y político, pero sí podemos acercarnos asintóticamente al ideal de una sociedad mejor, más justa, igual, armoniosa e inclusiva para todos.
He visto que dedicas unas bellas palabras de agradecimiento a dos de tus profesores de instituto. ¿Qué lugar crees que debería ocupar la filosofía en la educación de los jóvenes?
Paco fue mi profesor de filosofía y Paloma mi profesora de latín y teatro, y para mí fueron mis particulares Sócrates y Diotima. El primero me enseñó la belleza de la filosofía y de pensar por uno mismo, y la segunda a ser quien yo quería ser y a perseguir aquello que me gustaba y por lo que sentía pasión. No estaría aquí si no fuera por ellos, que plantaron sin saberlo una semilla que ha germinado de este modo. Para mí ellos son el perfecto paradigma de lo que la filosofía y el pensar autónomo pueden significar para los jóvenes, del papel absolutamente central que juegan los profesores de instituto, cuya labor es con tanta frecuencia denostada y vejada, incluso por parte del ambiente universitario. Yo estoy muy orgulloso de decir que estudié filosofía por mis profesores, y conozco más casos iguales.
Respecto al papel de la filosofía, para empezar no creo que deba arrinconarse solo en una asignatura que lleve ese título, sino que está interrelacionada con multitud de disciplina; en mi caso, yo lo descubrí en las Humanidades. En el instituto vi su conexión con las lenguas, el arte, la historia… Por eso me sorprende y me apena tanto que se la elimine de los planes de estudio. Aunque a mí siempre me han considerado un viejo en el cuerpo de un joven, veo en la adolescencia una potencia y vivacidad que se desvanece en la adultez. Si se conecta con ellos, los jóvenes están deseosos de aprender, de conocer, de experimentar… y creo que además ya tienen la madurez suficiente como para instruirles en una materia que seguro encontrarían fascinante. No digo que se les ponga a leer el Parménides o la Fenomenología del espíritu, pero sí existen cuestiones que pueden empezar a planteárseles para que comiencen a pensar por ellos mismos. Esa es la función primordial que puede tener la filosofía para los jóvenes, estimularles, despertarles el ansia de saber, enseñarles a hacerse preguntas que sean vitales para su modo de estar en el mundo.
Lamentablemente, por lo que veo, personas con más poder que yo piensan de manera diferente; parece que no les conviene que un saber que no ven económicamente productivo agite las conciencias y perturbe la docilidad de una masa cada vez más grande y acrítica. Creo que este fallo a nivel educativo básico es, no el único, pero sí uno de los factores de situaciones de discriminación, intolerancia, violencia de género, etc. que vivimos hoy en día.
¿Cuál es la puerta que deja abierta tu tesis a futuras investigaciones?
Obviamente deja muchísimas puertas abiertas, empezando por la que más me gustaría: que generase un debate en torno a la cuestión. Ni mucho menos tengo la última palabra en la materia, y estoy convencido de que puede haber imprecisiones o mejoras que no he sabido ver. Con total sinceridad, no quiero que se destaquen solo sus méritos, que alguno tendrá, sino también que se señalen sus faltas, allí donde se puede mejorar, pues estamos ante un tema que todavía puede dar mucho de sí. Creo que en la cuestión de las personalidades malvadas y en el aspecto político de las instituciones malvadas todavía queda mucho que decir, pero sí quisiera señalar dos puntos en concreto que yo mismo vi que quedaban abiertos de cara al futuro.
Por un lado, he hablado de la necesidad de un pensamiento crítico, pero según reflexionaba sobre él y releía lo que había escrito me asaltaba una duda: ¿cómo estimulamos en las personas dicha facultad? Porque es obvio que pensar críticamente es una tarea difícil y que no todos están dispuestos a asumirla. Personalmente, para mí la respuesta radica en la educación, en instruir a los jóvenes cuando tienen la madurez suficiente para ello y que generen o interioricen un hábito, de modo que no se dejen manipular. Pero eso es solo es un esbozo, no algo definitivo; por ello vale la pena reflexionar sobre ello.
Esto también me llevó a un segundo punto: tal vez enfaticé demasiado la faceta racional y desatendí la pasional. ¿Acaso una adecuada educación moral de las pasiones no sería también un poderoso dique contra el mal? Sentimientos como la empatía o la compasión pueden frenar auténticas tragedias e incluso llegar allí donde la argumentación racional o la facultad crítica no llegan. Tengo la impresión de que en filosofía cometemos muchas veces el error de marginalizar las pasiones, o como poco de entronar a la razón a costa de ellas. Sin embargo, son una vía que puede albergar también muchas posibilidades y debiéramos explorar.