Mención honorífica del premio “Ángela Sierra González. La hermenéutica cambia el mundo” al mejor TFM
Por Begoña Fleitas
Gonzalo Pérez Santonja obtuvo el Grado de Filosofía, Política y Economía en la Universidad Carlos III de Madrid, realizando su primer año de estudios en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y especializándose, en los últimos cursos de carrera, en Filosofía y, en particular, en pensamiento judío. Realizó una estancia en Wesleyan University de Estados Unidos gracias al programa de Movilidad no europea de la propia Universidad Carlos III. Posteriormente, en la Universidad Autónoma de Madrid, cursó el Máster en Filosofía de la Historia.
En su TFM, que lleva por título “La tradición monoteísta: omnipotencia, imagen y ley”, se apoya en la obra de Freud y en la prohibición de las imágenes para objetar una de las tesis principales que sustentan la teoría de Jan Assman: que el monoteísmo judío supuso una negación del mundo a favor del espíritu. A partir de ahí, aborda la exigencia ética del monoteísmo, las relaciones entre violencia y ley, y la tensión entre performatividad y silencio presente en Franz Kafka y Arnold Schönberg.
¿Qué opinión te merece la labor que realiza la Cátedra de Investigación HERCRITIA y de qué manera crees que la Hermenéutica Crítica cambia el mundo?
La verdad es que conozco la Cátedra desde hace bien poco, pero sólo atendiendo al excelente elenco de académicas que formar parte de ella uno se hace a la idea de su envergadura e impacto a nivel nacional e internacional. La inusual combinación de rigor intelectual y libertad que muestran, así como su voluntad de moverse entre varias disciplinas y rescatar lo mejor de ellas, hacen que siempre merezca la pena estar al tanto de sus congresos, novedades editoriales y líneas de investigación en general. Por suerte, la difusión que tienen es bastante alta para el mundo de la filosofía. Hace poco pude ver a Teresa Oñate en la 2, presentando el volumen “Pandemia, Globalización, Ecología”, publicado recientemente por la UNED. Es maravilloso que un contenido tan interesante tenga ese nivel de difusión.
La Hermenéutica Crítica despega desde los pensadores más profundos y originales de nuestro tiempo, y alienta su espíritu transformador. No creo que esa transformación o cambio se dirija hacia el mundo como algo externo y separado del ser humano que forma parte de él. Más bien opino que los esfuerzos de la Hermenéutica Crítica van camino de afirmar el riesgo inherente a la idea de que la actividad de pensar se parezca a un fin en sí mismo. En todo caso, está claro que su labor enriquece la vida y la vuelve más interesante.
Tu TFM lleva por título “La tradición monoteísta: omnipotencia, imagen y ley”. ¿Cuál es el objetivo de tu investigación y cuáles son tus principales conclusiones?
El objetivo de mi investigación era discutir la tesis elaborada por el egiptólogo Jan Assmann según la cual el monoteísmo inicial necesitaba una renuncia al mundo de los sentidos, una negación del mundo, para encumbrar lo ético-espiritual. Para ello, y teniendo muy de cerca el trabajo de Sigmund Freud y sus intérpretes sobre Moisés y el judaísmo, he intentado ahondar en la dimensión teológico-política del monoteísmo inicial. Al hacerlo he descubierto que éste apuesta por una configuración del poder similar a la que se puede extraer del primer psicoanálisis, o, incluso, de las formas políticas republicanas.
Al extrapolar la omnipotencia divina a lo insondable, mediante la prohibición implícita de la supervivencia post-mortem (al menos a nivel individual, como rechazo a la figura del monarca soberbio) y la prohibición de la divinización de lo visual, el monoteísmo rechaza la posibilidad del poder absoluto entre los seres humanos, permitiendo una organización del poder “desde abajo”. A su vez, sienta las bases de la ciencia, en tanto se unifican las percepciones y se desencanta la naturaleza. Por otro lado, al rechazar el mundo cerrado del cosmoteísmo mediante la posibilidad de la creación, se apuesta por la libertad y la responsabilidad del ser humano, por la idea de que él también puede iniciar y ser responsable de sus actos.
En otras palabras, el monoteísmo rechaza las tentaciones fantasiosas (y apolíticas) hacia la omnipotencia y hacia la impotencia que están presenten en el ser humano, para inaugurar el terreno de lo intermedio, de la ley, de la responsabilidad y el lenguaje. Por ello, no niega el mundo, sino que pretende recuperarlo en su sentido más político, filtrado de tendencias de poder que percibe como nocivas. Lo interesante es que, a diferencia del republicanismo, lo hace incorporando todo tipo de historias míticas e “irracionales”, dando fe de la importancia de lo inconsciente, de aquello que no podemos controlar, también para la vida en común.
Si tuviera que resumir mis conclusiones de una forma sucinta, diría que el monoteísmo inicial sólo rechaza las ollas de Egipto, porque saben a esclavitud y tiranía, pero persigue la leche y la miel, que equipara con la constante revisión del interminable conflicto entre justicia y ley. En definitiva, busca afrontar el riesgo de la libertad sin miedos paralizantes ni fantasías narcisistas de poder absoluto.
En la reflexión final de tu trabajo planteas que actualmente nos encontramos en “un mundo carente de espiritualidad política” y que tal vez sea necesario “un nuevo momento monoteísta que expulse la omnipotencia del ámbito humano y promueva una vuelta de lo político”, ¿podrías explicarnos la base de tu crítica y en qué sentido consideras que ese “nuevo momento monoteísta” podría servir para recuperar la dimensión dialógica y pacífica de la política?
En mi trabajo tengo muy presente la dialéctica entre cosmoteísmo y monoteísmo que elabora Assmann, similar a la de otros autores que escinden el alma occidental entre lo griego y lo judío. De acuerdo con el alemán, el momento monoteísta supuso una ruptura tan fuerte con el sistema anterior que, desde entonces, la humanidad oscila entre una vuelta a las tradiciones anteriores y una recuperación del ideal monoteísta. Esta dialéctica se da al nivel de la memoria inconsciente y, teniendo evidentes carencias, me parece interesante para entender el momento presente. A mi juicio, desde hace unos años vivimos una vuelta al cosmoteísmo que está resultando sumamente dañina para lo político. No es que abogue por algo así como un monoteísmo estricto, pero creo que la balanza debe estar más equilibrada. Hoy en día vemos un aumento de las fantasías de omnipotencia e impotencia en el espacio público, una pérdida de lo común y desconfianza en la ciencia –todas ellas atribuibles a la desaparición de aquellos presupuestos monoteístas más políticamente constituyentes. Es muy posible que el aumento de las imágenes y su divinización hayan tenido mucho que ver con esta crisis. Pero no hay que olvidar que ella certifica a su vez el fracaso del tradicional sujeto político republicano-democrático, siempre adulto, independiente, masculino, sosegado, cisgénero y mentalmente estable. Es por ello que el republicanismo no parece una solución adecuada, y que quizá debamos recurrir a una especie de nuevo momento monoteísta, recuperando el problema de la relación con la trascendencia que, en el fondo, en tanto se refiere a lo insondable e incontrolable, no deja de ser el problema de la relación con lo inconsciente. Por desgracia, la creatividad necesaria para afrontar los grandes retos nihilistas del presente viene del mismo sitio donde residen las fantasías de poder antes mencionadas. Un nuevo monoteísmo podría instaurar un filtro de lo divino/inconsciente más políticamente creativo, que asuma que el ser humano no es, al fin y al cabo, tan independiente, controlado y racional; sino que las depresiones, obsesiones, enajenaciones, ilusiones y ensoñaciones forman parte de la vida y deben ser tenidas en cuenta por la política, si no queremos que la desafección y la apatía se extiendan sin remedio.