11 tesis sobre el conficto de Ucrania

Por Francisco José Martínez

«Es mucho más ventajosa una paz injusta que una guerra justa”
(Erasmo, Adagio, “La guerra atrae a quienes no la han vivido”.

1.- Premisas epistemológicas.

Se trataría, siguiendo a Spinoza, de “no ridiculizar, ni lamentar, ni detestar, sino de entender”. Se trata, antes de juzgar, de conocer. El mismo autor cuando se trata de la política recomienda ni alabar una esencia humana ideal inexistente, ni vituperar la que realmente existe. Se suele concebir a los hombres no como realmente son sino como se quisiera que fueran. Por ello en lugar de ética se escribe una sátira y no se piensa nunca una política que pueda ser llevada a la práctica, sino una quimera utópica que solo podría ser instaurada en la edad dorada de los poetas, es decir, donde no hace falta. Por ello solo es política la política realista, que no tiene por qué ser Realpolitik, como acaba de decir Zapatero.

2.-La guerra es injustificable, pero no incomprensible.

Desde este punto de vista la actual guerra entre Rusia y Ucrania es injustificable, pero no incomprensible, y se trata precisamente de comprenderla en toda su complejidad real y no solo criticarla desde sus apariencias más evidentes. Hay que distinguir aquí entre la perspectiva de primera persona y la perspectiva de tercera persona, entre el analista y la víctima. Parece claro que en primera persona un ucraniano aunque sea prorruso tendría que defender su país en estas circunstancias. Otra cosa es lo que tiene que hacer un analista al que se le tiene que exigir, si no ecuanimidad, al menos cierta distancia y profundidad en los juicios. Si a la víctima le basta el sentimiento, el analista ha de esforzarse en introducir la razón en sus juicios, lo que supone una cierta distancia y un análisis en profundidad y con perspectiva histórica que le permita ir más allá de las apariencias. Y eso no es un elitismo para separarse de las emociones del vulgo sino la exigencia misma del análisis intelectual.

3.- Frontera

En su propio nombre Ucrania es una frontera, entre oriente y occidente, entre la cultura latina y la cultura eslava, entre Polonia-Lituania y Rusia, en definitiva. Si nos retrotraemos al siglo XVI, el siglo de Iván el Terrible, ahí podemos percibir la oposición entre Bizancio y el Renacimiento italiano, es decir entre el Imperio romano de Oriente y el Imperio romano de Occidente. Como vemos, Rusia es solo un oriente relativo, ya que comparte con occidente el cristianismo y el recuerdo de Roma, precisamente Moscú será vista como la tercera Roma, tras la Roma original y Constantinopla. Las dos ramas herederas del Imperio romano, la oriental y la occidental, se enfrentan en esta época al verdadero oriente: el imperio Turco, que conquista Constantinopla, es detenido con grandes dificultades a las puertas de Viena y derrotado momentáneamente en Lepanto. La frontera se puede entender de dos maneras: como un lugar de intercambio y de simbiosis, de enriquecimiento mutuo, o como un muro infranqueable y un escudo irrompible. Por ser precisamente tierra de frontera, las fronteras de Ucrania han sido muy cambiantes a lo largo de la historia, y en parte arbitrarias, como en el caso de Crimea y el Dombas.

Los que aquí combaten no es un gran estado imperialista y un pequeño estado que lucha por su libertad, sino dos imperios que se enfrentan utilizando a Ucrania como pretexto. No se trata de una democracia contra una dictadura sino de un estado autoritario frente a un estado semiautoritario, según la clasificación del The Economist, y ambos comparten las taras heredades del periodo soviético, los magnates, la corrupción, el autoritarismo y el nacionalismo beligerante. Frente a Rusia no está un país desvalido sino un país armado hasta los dientes desde 2014 por Estrados Unidos y la OTAN, que actualmente son partes beligerantes contra Rusia, no solo por los envíos de armas, cada vez más potentes y sofisticadas, sino también por la participación directa de los servicios de inteligencia y de los satélites que teledirigen a las fuerzas ucranianas, por el envío de instructores militares, y probablemente por la intervención de fuerzas especiales en el territorio de la lucha. En esta guerra hay claros perdedores: en primer lugar Ucrania, luego Rusia, pero también la autonomía europea; y un claro vencedor: Estados Unidos, potencia declinante frente a China, que está aprovechando esta crisis, que si no ha provocado al menos no ha hecho nada por impedirla, para reforzar su liderazgo menguante, relanzar la OTAN bajo su mando, sustituir a Rusia como proveedor de materias primas, y asegurarse pingües beneficios derivados de la venta de armas y de la futura reconstrucción de Ucrania; pero también países como Polonia (y los Países Bálticos) salen reforzados por su papel clave en la recogida de refugiados (tras rechazar militarmente a refugiados de oriente medio hace solo unos meses) y sobre todo como intermediarios claves en la distribución del armamento enviado a Ucrania.

5.- Realidad y ficción: el montaje.

Como siempre lo que vemos continuamente en nuestras pantallas no es la verdad completa sino una selección muy bien construida de la realidad. Las apariencias, que son parte de la verdad pero no toda la verdad, se articulan y montan con el objeto de producir los efectos deseados. Es difícil sustraerse a la idea de que se trata de un montaje, no en el sentido de una farsa, sino en el sentido de un montaje cinematográfico que articula las imágenes de una manera determinada. Nada se deja a la improvisación, desde el riguroso filtrado de la información, hasta la puesta en escena. Se muestra a los políticos ucranianos, empezando por el presidente, con una vestimenta uniforme, más deportiva que militar, para dar la idea de desenfado y de cercanía a nuestra forma de vivir, mientras los rusos aparecen siempre de traje gris en unos escenarios palaciegos, fríos y distantes. La realidad es así, los dirigentes rusos son así, pero la presentación de las imágenes refuerza esa distancia y oposición, vital y cultural, entre los dos contendientes. Sería muy difícil para un occidental aunque sea de izquierdas identificarse con los funcionarios rusos, con su hieratismo y su frialdad inhumana, frente a la cercanía campechana y humana de los ucranianos.

6.- Retórica y no lógica.

En esta como en todas las guerras, no se trata de transmitir la verdad sino de buscar la adhesión: de pasar de la aceptación de las premisas a la admisión de la conclusión mediante el salto de enunciados aceptados a enunciados aceptables. El garante de los encadenamientos argumentativos es un topos indiscutible arraigado en el sentido común y la sabiduría popular. Los discursos no se basan en la lógica racional sino en la retórica y los sentimientos. Se busca la compenetración más que el análisis. Se presenta todo con una gran claridad: Un dirigente enloquecido y ambicioso desata una guerra incomprensible contra un ¿pequeño? país, que casualmente es el segundo en extensión de Europa, sin otro motivo que reconstruir el imperio soviético e impedir a Ucrania que ejerza su derecho de elegir el modo de vida que desea.

7.- Objetivos de la invasión

Primero se decía que el objetivo era ocupar Ucrania y cambiar su régimen, ahora la cosa se va redimensionando a sus justos términos: asegurar la autonomía o independencia del Dombas, y ratificar la separación de Crimea, junto con un compromiso de neutralidad y desmilitarización de Ucrania. Los tres objetivos son comprensibles y en cierta manera justos, o al menos defendibles , a partir de consideraciones históricas y geoestratégicas, que no son el pretexto de los canallas sino la simple aceptación de la realidad de la política actual. Estos objetivos se podían haber obtenido mediante la negociación, pero Estados Unidos y la OTAN se negaron a negociar porque querían seguir su expansión hacia el Este aprovechando la desaparición de la URSS en los años 90 que ellos entendieron como una victoria que había que consolidar y de la que Rusia ha tardado treinta años en recuperarse y desplegar la fuerza necesaria para intentar revertirla o al menos evitar que aquella derrota se consolide. Durante estos treinta años la OTAN se ha extendido hacia el Este favoreciendo gobiernos, muchos de ellos democracias iliberales como se dice ahora, completamente proamericanos y fervorosamente antirusos. Por eso no es verdad que tras Ucrania seguiría Europa, la intervención es muy limitada, con objetivos muy concretos, entre los que nunca ha estado controlar toda Ucrania, cosa imposible por su extensión y la hostilidad de gran parte de la población, especialmente de la parte occidental.

8.-Paz o Victoria.

Para el belicismo otanista se trata de vencer a Rusia aislándola de Europa y rodeándola de gobiernos hostiles fuertemente armados y no de obtener una paz justa, sostenible y duradera. Aún suponiendo que lo que la OTAN llama la victoria de Ucrania se produjera, eso no supondría la paz, sino el aplazamiento del conflicto y el surgimiento de otros nuevos, porque las heridas abiertas no se curan mediante la imposición sino mediante la negociación y la firma de tratados de seguridad creíbles y estables. Los tratados europeos entre Francia y Alemania tras la Segunda Guerra Mundial impidieron el resentimiento alemán como sucedió tras la Gran Guerra y algo así habría que hacer con Rusia. El comercio y la cultura siempre son antídotos de la guerra, por eso intentar aislar a Rusia, aparte de inviable a corto plazo como dicen todos los analistas económicos y energéticos, seria indeseable. Rusia ha tardado 30 años en recuperarse de la desmembración de la URSS y ha dejado el papel secundario respecto a Occidente en la que la quisieron recluir Yeltsin y sus seguidores, desplazando las sensatas peticiones de Gorbachov de un equilibrio pacifico y cooperativo entre Rusia y Occidente, y especialmente Europa. Las críticas a la Ostpolitik alemana se enmarcan en esa concepción belicista de la política europea que pretende construir un nuevo telón de acero en Europa. Una frontera como escudo , más que una frontera como intercambio y enriquecimiento mutuo.

9.- El futuro de Europa.

En este contexto se han producido dos efectos inesperados: por una parte, una rara unanimidad en la UE en su defensa de Ucrania, de otra una revitalización de la OTAN con el consiguiente sometimiento de la independencia europea al control norteamericano. Se habla de la necesidad de una política exterior y de defensa común, cosa que las clases dirigentes europeas, que singuen considerando la UE como un mero mercado, sin unificación política, nunca han querido. Pienso que esa unidad es ficticia y que cuando las aguas vuelvan a su cauce las oligarquías europeas volverán cada una a sus mezquinos intereses nacionales, eso sí siempre supeditados a los Estados Unidos. Pero la ocasión es buena para que los que quieren de verdad una consolidación de la UE como un actor político unificado planteen de una vez la necesidad de una política exterior y de defensa común, pero no en el ámbito de la OTAN sino como un actor independiente capaz de mediar en un panorama internacional multipolar defendiendo la libertad y la democracia. En estas circunstancias se plantea el rearme de la UE, pero nos podemos preguntar: ¿Qué rearme? Un rearme en el seno de la OTAN que convierta a Europa en un gendarme del capitalismo globalizado proyectado hacia China, Asia y África, o un rearme defensivo, como el que se planteaba ya en los años ochenta frente a una hipotética invasión soviética, defensor de la paz y de la democracia a nivel mundial. De todas formas convendría recordar que los actuales gastos militares solo de Inglaterra, Alemania y Francia son más del doble de los gastos militares rusos (165.000 millones de dólares frente a 77.000 millones), por lo que se trataría más de reorganizar el gasto y el despliegue militar que de aumentarlo.

10.- Programar el futuro

Lo más importante de una guerra es planificar la postguerra, que tarde o temprano llegará. Y en ese sentido nos tenemos que preguntar ahora: ¿Qué futuro queremos? Una Europa subordinada a los Estados Unidos, sin contactos comerciales con Rusia, ni China, proyectando una neocolonialismo sobre África y el Oriente Medio, o una Europa independiente, integrada políticamente, (lo que supone controlar los regímenes iliberales, reforzados actualmente como Polonia o algunos de los países bálticos, del centro y del este de Europa), que se inserte en los grandes circuitos económicos mundiales con Rusia y China, que además es la única forma creíble de poder influir en los posibles desarrollos democráticos en esos países, que son capitalistas y encima no democráticos como a veces se olvida. No hay oposición ya entre el capitalismo y el socialismo sino entre diferentes tipos de capitalismo más o menos iliberales.

11.- Crímenes de guerra

Por último, toda guerra es un horror y máxime cuando se exacerban las dimensiones nacionalistas, y por ello los crímenes de guerra tienen que ser perseguidos, pero todos. Da vergüenza oír al presidente de los Estados Unidos, al que por cierto la guerra le está viniendo muy bien para su popularidad gracias a los beneficios económicos de la misma, (no solo sustituye como proveedor energético a Rusia y vende gran cantidad de armamento, sino que también se verá favorecido en la reconstrucción de Ucrania), hablar de genocidio y de crímenes de guerra. Antes que esforzarse en llevar a Putin ante el Tribunal Penal Internacional podría empezar por reconocerlo y aceptar que sus soldados y sus políticos puedan ser juzgados por el mismo. Los crímenes de guerra tiene que ser juzgados, pero todos, no solo los rusos, también los ucranianos, los franceses en África, los de Arabia Saudí en Yemen, para no volver a los tan antiguos de Israel en Palestina y de Marruecos en el Sahara.